Prohibir a un adolescente determinados amigos sirve para provocar su deseo de llevarnos la contraria. Los límites, tras un diálogo, los acepta. Pero ante la prohibición se siente incomprendido, no le hemos escuchado y se rebela desobedeciendo, mintiendo. Nos dirá que no se ven, cuando los sigue viendo; o hará mayor alarde de esos amigos que no nos gustan, para manifestar su oposición a nuestro criterio.
Obtendremos el mismo resultado, si tratamos de imponerle como amigo a alguien que nos gusta. No se puede forzar una amistad; podemos proponérsela, pero no imponérsela.
Si consideramos que sus supuestos amigos no son una buena compañía, le ayudaremos a reflexionar para que descubra si cuenta con verdaderos amigos. Tendrá que pensar: “¿Respeta mi vida, mi forma de ser, l
as actividades que no compartimos?”. Por el contrario, si no lo es: “¿Pretende que deje de ser como soy, que haga lo que me gusta?, o ¿trata de someterme a un tipo de vida que no me va?”. Le podemos ayudar a caer en la cuenta de que ha dejado de hacer deporte; o que ya no va con su grupo de teatro porque su “amigo” se enfada si no está con él; o que un amigo comparte las actividades que pueden disfrutar juntos, y respeta las que no comparten.
Es él quien lo debe descubrir y quien debe dar el paso para dejar esa amistad. Seguramente no nos hará caso en un primer momento, pero lo hará si en lugar de sentirse obligado le damos tiempo para rectificar su error. Cuesta aceptar errores que nos duelen, pero evitárselos con imposiciones le hace cada vez más vulnerable.